“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor”
Estimada Comunidad de los Sagrados Corazones, cada año y después de algunas semanas de celebrar la fiesta de Resurrección, nos encontramos con Pentecostés, la Venida del Espíritu Santo.
¿Qué significa la celebración de Pentecostés?
Jesús en la Última Cena promete enviar el Espíritu Santo para que esté con sus discípulos siempre. Esta es la Alianza del Nuevo Testamento, cincuenta días después de la resurrección de Jesús: “Estando todos reunidos en un mismo lugar, de repente vino del cielo un ruido, como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”. (Hch 2, 1-4)
Desde entonces la Iglesia Católica reconoce que el Espíritu Santo es quien guía el rumbo de la Iglesia y, el de cada bautizado, sin importar la época en nos haya tocado vivir.
La fiesta de Pentecostés es una de las más grandes que celebra la Iglesia después de Navidad y Resurrección, pues reconocemos la venida del Espíritu Santo sobre aquella primera comunidad cristiana, infundiendo en ellos los dones y carismas necesarios para perseverar en la verdad, llevar a cabo la misión encomendada por Jesús, de ser testigos, ir, bautizar y enseñar a todas las naciones. (Jn 14,15)
Esto es lo que conmemoramos en Pentecostés, que el mismo Espíritu de hace más de 2000 años es el que se sigue posando el día de hoy en cada miembro de la Iglesia para llevarnos a Dios y asimilar nuestras vidas cotidianas como obras del Espíritu Santo al servicio del prójimo.
La fiesta de Pentecostés es un día en que los cristianos tenemos la oportunidad de revivir intensamente nuestra relación con Dios, gozarnos el fruto de la Pascua que hay en nuestros corazones por la felicidad de saber que Cristo resucito en mí, que soy tan amado por Dios, que puedo vivir la experiencia de la venida del Espíritu Santo.
Por lo tanto, Pentecostés es una celebración que se debe realizar en conjunto con la comunidad de todo el bautizado, pues el Espíritu Santo nos inspira a todos.
¿Cómo lograr esto?
Dejando que el Espíritu Santo se pose en nuestros corazones y actué con los dones y carismas con los que fuimos sellados el día de nuestro bautismo. Fortalecidos en la confirmación y alimentados con la Sagrada Eucaristía, vivamos un domingo de Pentecostés reconociendo que el Espíritu Santo está con nosotros hasta el fin del mundo, y hagamos nuestro el fruto de la promesa de la Nueva Alianza, prometido por Jesús y recibido por aquella primera comunidad reunida el día de Pentecostés, que también es para la Iglesia de hoy.
Preguntas para la reflexión:
- ¿Cómo te preparas para recibir al Espíritu Santo?
- ¿Qué temores o angustia reconoces en ti en estos momentos?
- ¿Qué crees necesitar en Pentecostés, frente a la situación de pandemia que estamos viviendo?
Momento de oración
En esta tarde queremos invitarles como familia a pedir al Señor Jesús que nos regale el Espíritu Santo que nos consuele, aliente y nos anime, sobre todo en este tiempo de pandemia.
(Preparemos nuestro altar colocando en el mantel, nuestra vela (cirio), los dones del Espíritu Santo (están escritos al final de la oración), biblia, alguna imagen (María) si es que la hay, una cruz)
Iniciamos la oración en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Canto: Espíritu Santo ven, ven…
Motivación:
Este día de Pentecostés, los apóstoles están reunidos en el Cenáculo de Jerusalén. Con un ruido ensordecedor, lenguas de fuego se posan de repente sobre cada uno de ellos y todos se llenan del Espíritu Santo. Se ponen a hablar en otras lenguas y a dar testimonio públicamente de la resurrección de Cristo.
50 días después de la resurrección, los apóstoles están reunidos en el Cenáculo de Jerusalén, esa “habitación del piso de arriba” en la que Jesús instituye la Eucaristía el día de la Cena. Es un lugar de vida, donde los apóstoles comen y rezan. Es aquí donde después de la muerte de Jesús, los apóstoles se esconden “por miedo a los judíos” (Jn 20,19) y donde se les aparece.
Leamos (se puede buscar desde la biblia)
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2, 1-11
“Todos los discípulos estaban juntos el día
de Pentecostés. De repente un ruido del
cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban.
Vieron
aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de
cada uno.
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas
extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos
devotos de todas las naciones de la tierra.
Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno
los oía
hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban:
—¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada
uno
los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas,
otros vivimos en Mesopotamia, Judea,
Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la
zona de Libia
que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o
prosélitos;
también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas
de Dios en nuestra propia lengua” Palabra
de Dios.
Canto para la reflexión:
En este momento, con la ayuda del canto pidamos al Espíritu Santo que venga a inundar nuestra vida, que la ilumine y nos llene de gozo, que nos regale aquellos dones que cada uno necesite y por sobre todo que nos acompañe en este tiempo que vivimos como familias, como país y como mundo.
Recemos la Secuencia de Pentecostés: “Ven, Espíritu divino”.
El himno más antiguo al Espíritu Santo.
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre, don, en tus dones espléndido,
luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo,
ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
Tomemos como modelo el testimonio de María de Nazaret, quien también reunida con los discípulos recibe nuevamente este Espíritu Santo. María, oyente de la palabra, creyente cualificada, protagonista humilde, sujeto activo, testigo esperanzador de la acción liberadora de Dios sobre la humanidad entera. Su testimonio nos ayuda a revisar, actualizar y celebrar.
(entre 2 lectores se van turnando los puntos de reflexión. Se puede poner música de fondo).
- Mujer dócil: Quizá sea esta la clave para entender todo el misterio y la grandeza de la que fue la madre de Jesús. Decir sí al Espíritu, no una vez ni dos… sino siempre. Un sí permanente, actualizado, renovado y feliz.
- Mujer del silencio: Silencio para interiorizar, para llenar la mente y el corazón de todo lo que viene de Dios, de su presencia y de su Palabra. Silencio también para acoger todo lo que viene del hombre, sus anhelos, sufrimientos y esperanzas más profundas.
- Mujer de la escucha: Escucha la voz del Espíritu, para aprender de Él, para saber el camino, para encontrar las respuestas para saber decir, con toda el alma: “Haced lo que Él os diga”.
- Mujer de esperanza: Esperanza porque confía en Él. Conoce y ama al Señor. Se apoya en sus promesas. Tanto, que salen de su corazón como un canto, con las ganas del que no puede callar lo mucho que conoce y ama al Señor: “Mi alma canta la grandeza del Señor, que hace proezas con su brazo: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes…”.
Terminemos nuestro momento de oración dando gracias a Dios por enviar el Espíritu Santo a nuestra familia y hogar. (Cada uno agradece a Dios)
Que el Señor de la vida, que nos regala el Espíritu Santo nos bendiga el que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Alabados sean los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Ahora y siempre y por los siglos de los siglos Amén.